Nadie puede amar lo que no conoce. Por ello, para amar a Dios es necesario conocerlo, pero como Él es: en sabiduría y amor. Si conociéramos y saboreáramos más la vida de la Trinidad, la grandeza de Cristo, la maternidad divina de María, la riqueza de la Iglesia, ¡cuánto amaríamos nuestra fe!

En la Parroquia, el empeño de transmitir la fe a todos, adaptándose a cada uno en su edad y condición y circunstancias, es algo esencial. Así, las catequesis de Iniciación Cristiana descubren y enamoran a los que se acercan por primera vez a los Sacramentos, mientras que la formación continua de los ya iniciados desarrolla y hace fructificar su vida cristiana.

«La transmisión de la fe cristiana es ante todo el anuncio de Jesucristo para llevar a la fe en Él. Desde el principio, los primeros discípulos ardieron en deseos de anunciar a Cristo: «No podemos nosotros dejar de hablar de lo que hemos visto y oído» (Hch 4, 20). Y ellos mismos invitan a los hombres de todos los tiempos a entrar en la alegría de su comunión con Cristo:

Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida, -pues la Vida se manifestó, y nosotros la hemos visto y damos testimonio y os anunciamos la vida eterna, que estaba con el Padre y se nos manifestó- lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo, Jesucristo. Os escribimos esto para que vuestro gozo sea completo (1 Jn 1, 1-4).

En el centro de la catequesis encontramos esencialmente una Persona, la de Jesús de Nazaret, Unigénito del Padre, que ha sufrido y ha muerto por nosotros y que ahora, resucitado, vive para siempre con nosotros… Catequizar es… descubrir en la Persona de Cristo el designio eterno de Dios… Se trata de procurar comprender el significado de los gestos y de las palabras de Cristo, los signos realizados por El mismo» (CT 5). El fin de la catequesis: conducir a la comunión con Jesucristo: sólo Él puede conducirnos al amor del Padre en el Espíritu y hacernos partícipes de la vida de la Santísima Trinidad” (ibid.)».

Catecismo de la Iglesia Católica, 425-426.

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