D. Miguel Mañara Vicentelo de Leca – Parroquia de San Bartolome: cuna de Santos
D. Miguel Mañara Vicentelo de Leca nació en Sevilla el 3 de Marzo de 1627.
Sus padres contrajeron matrimonio en la Parroquia de S. Bartolomé y pasaron a vivir algún año después en la casa palacio de la C/ Levíes, donde nació Miguel. Fue Bautizado en esta misma parroquia de San Bartolomé. Recibió una educación propia del estado de caballero y propia de familias de alta clase de Sevilla. Creció en un ambiente de Fe.
A los 4 meses de la muerte de su padre, contrajo matrimonio por poderes. Ocupó cargos notables en la municipalidad, el concejo y la Universidad de Mercaderes. D. Miguel aparece como una persona pública, de autoridad, elegido diputado de la defensa de la tierra de Sevilla, de la Casa de la Moneda, de las llaves del Archivo y del Agua, de la Cárcel Real y de la Casa de Inocentes, y diputado de distintos gremios como el de chapineros, olleros, guarnicioneros, etc. Miembro de las Juntas del Consulado; representante de la ciudad de Sevilla ante la familia Real española en distintos acontecimientos.
Al morir su esposa sin tener hijos, Miguel Mañara se retiró por 5 meses a un eremitorio carmelita, donde practicó la oración y la penitencia. A pesar de su posición y su riqueza, era un hombre sobre el que se cernía una abrumadora soledad. Aquello fue el comienzo de orientar su vida hacia la entrega total a Jesucristo.
A partir de 1662, tuvo contacto con D. Diego de Mirafuente, hermano mayor de la Hermandad de la S. Caridad; lo cual le llevó a ingresar como hermano de la misma. La corporación se dedicaba a enterrar a los ahogados que devolvía el río, a los muertos que aparecían por las calles y a los ajusticiados. Aquello fue creciendo progresivamente, y D. Miguel Mañara, propuso la creación de un hospicio, para recoger a los pobres que vagaban por las calles de Sevilla.
En 1663 fue elegido hermano mayor de la Hermandad de la Santa Caridad, cargo que desempeñó hasta su muerte. A partir de ese momento, se creará el hospicio arrendando una dependencia de las antiguas Atarazanas Reales; más tarde se transformará en Hospital de la Santa Caridad y se fijarían las reglas de la Hermandad. Se dedicó totalmente a ella, renunció a los cargos públicos que ocupaba y se dispuso a sufragar la gran cantidad de gastos generados en el Hospicio aportando su propia fortuna.
La Santa Caridad ampliaba cada vez más su círculo atendiendo a los necesitados, menesterosos, niños, pobres, presos, enfermos, conventos pobres, etc.
Desde una postura de humildad quiso varias veces dejar su cargo, de lo que fue disuadido por los hermanos. La magnitud que iban alcanzando sus obras emprendidas exigían tanta dedicación que decidió solicitar permiso a la Hermandad para pasar a residir en la misma, en unas dependencias sencillas y austeras, por las que cambió su anterior vivienda palaciega.
En 1673 se instituyó en la Santa Caridad la figura de los Hermanos de Penitencia, quienes se dedicaban por completo a los pobres, vistiendo un sayal pardo y una cruz, sin que se tratase de religiosos, sino de laicos que optaban por el servicio a los pobres de esta manera. Muchos indigentes enfermos eran rechazados en los hospitales por ser incurables, contagiosos o por otras causas, lo cual sugirió a Miguel Mañara la idea de curar a los enfermos en la propia Hermandad de la Santa Caridad. Se inauguró la 1ª enfermería en 1674, a la que siguió una 2ª y otra 3ª, ya en el momento de su fallecimiento.
Se dedicó tanto a los pobres que puso su fortuna y sus recursos a disposición de la obra. Este ejemplo atrajo a una apreciable cantidad de caballeros y miembros de la aristocracia sevillana, que secundaron su labor. La Hermandad estaba también abierta a artesanos y hombres comunes que deseaban seguir un modelo de perfección espiritual. En el seno de la corporación impuso la igualdad entre los hermanos, con independencia del origen social o del cargo que desempeñaran.
En la obra de Miguel de Mañara destaca el tratamiento hacia los pobres, considerados como los amos y señores de la Casa e imágenes vivas de Jesucristo, al tiempo que instauraba un modo de ser de los hermanos de la Santa Caridad, caracterizado por el servicio a los más necesitados, la humildad en el comportamiento, la perseverancia en la vida de piedad, la discreción y elevación al más alto grado de la Caridad y el amor con que debían realizarse todas las labores en la Hermandad y fuera de ella.
Sobresale entre sus escritos el “Discurso de la Verdad”, tratado de espiritualidad y reflexión del hombre ante la realidad de la vida y la muerte. El modelo de la Caridad de Sevilla llevó a que surgieran por toda Andalucía distintas hermandades que tomaron el nombre y las reglas de las de Sevilla.
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