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El 28 de julio del pasado año falleció en Roma Trinidad Sánchez Moreno (Dos Hermanas [Sevilla], 1929-Roma, 2021), familiarmente conocida como la Madre Trinidad, fundadora de La Obra de la Iglesia en 1959.

Se trata de un instituto de vida consagrada declarado de derecho pontificio por el Papa San Juan Pablo II en 1997. Roma ha respetado, en caso singular, la peculiaridad de La Obra de la Iglesia según sus propias constituciones, de tal manera que no ha sido incluida en ninguna de las formas de vida apostólica previstas en el Código de Derecho Canónico, reformado para incluir esta nueva forma de vida consagrada, lo que constituye un especial reconocimiento.

Antes, en 1967, había recibido aprobación del arzobispo de Madrid, don Casimiro Morcillo, como Pía Unión, después de varios años de autorizaciones verbales para realizar el apostolado en la diócesis.

La Obra de la Iglesia tiene un triple fin: vivir el misterio de la Iglesia, testimoniar esta vivencia de palabra y obra, y ayudar al Papa y a los obispos en su misión.

Tiene centros estables en España (Madrid, Guadalajara, Sevilla, Cádiz, Toledo, Valladolid, Ávila), Italia (Roma, Albano Laziale y Rocca di Papa) y Guinea Ecuatorial (Malabo), aunque desarrolla desde ellos misiones apostólicas también en otros países como Angola, Burkina Faso, Camerún, República Democrática del Congo, Uganda, Bolivia, Colombia, Ecuador, Estados Unidos, Perú, India, Alemania, Serbia o Suiza.

La Madre Trinidad vivió en Dos Hermanas hasta 1955, cuando se traslada a Madrid con veintiséis años para acompañar a su hermano mayor que se había establecido en la capital. Desde los catorce años había estado ayudando a su familia en una tienda de calzados. Es importante subrayar que a los seis años, mientras jugaba con unas amigas, un accidente le había dañado los ojos. Aunque se recupera finalmente, la convalecencia le obliga a recibir educación en el colegio sólo como oyente. Este acontecimiento tendrá relevancia posterior, porque la obra de Dios en su alma brillará con inefable intensidad al contraste con su pobre sabiduría humana. En 1946, mientras estaba en su tienda, el Señor irrumpió en su vida y ella se consagró inmediata y definitivamente a Dios.

En 1959, en su residencia madrileña de la calle Cadarso, el Señor inundó su alma de forma extraordinaria, haciéndole comprender y vivir sus más hondos misterios. En una comunicación invisible a los ojos humanos pero visible y comprensible a los ojos del alma, Dios le comunicó su vida trinitaria, su plan de amor hacia el hombre y todo el dogma de la Iglesia tal y como se presenta en el Credo.

Los escritos de la Madre Trinidad ocupan numerosos volúmenes. Hasta el momento se han publicado cuatro libros (Frutos de oración, La Iglesia y su misterio, Vivencias del alma y Luz en la noche. El misterio de la fe) y tres opúsculos.

¿Por qué el Señor la escogió a ella entre tantos? Esta pregunta surgió rápidamente en su mente y en su alma. Y recibió respuesta inmediata desde lo alto. Porque no encontré a nadie tan pobre, tan desvalida, tan sencilla, y tan receptiva a la voluntad de Dios.

Y en esa contemplación gozosa, en un «solo Dios basta», tuvo el Señor a su alma durante cuatro años, hasta que en 1963 el Señor la impulsa a comunicar a los hombres todo lo recibido, a presentar el «verdadero rostro de la Iglesia», «a reavivar y recalentar el dogma», «a realizar una revolución cristiana en el seno de la Iglesia». Finalmente, después de enormes dificultades humanas que con tesón y providencia divina fue superando, después de vencer los obstáculos que el demonio fue colocando en su camino, funda La Obra de la Iglesia.

La Madre Trinidad, que había visto en su alma la vida íntima de Dios, recibe la misión divina, cual profeta del Antiguo Testamento, de comunicar a toda la Iglesia una experiencia de Dios que sólo pueden ver quienes ya han muerto. Ella no ha visto nada con sus ojos, pero ha conocido, como sólo el alma puede conocer y saborear, todo lo que la Iglesia sabe y enseña por divina Revelación.

La Madre Trinidad no añade nada a cuanto la Iglesia vive y custodia, pero presenta con una extraordinaria profundidad, vitalidad y elocuencia el misterio de Dios y de la Iglesia. No añade novedad alguna a la Revelación divina, pero constituye una explicación viva de los misterios divinos, con la vivacidad propia de un testigo.

Por eso, La Obra de la Iglesia no es un carisma más en el seno de la Iglesia. No viene a complementar a otras santas instituciones que Dios ha suscitado a lo largo de la historia, ni a rellenar un vacío en alguna de las múltiples facetas de la caridad de Dios en su Iglesia. Tiene una misión superior: renovar la vida de la Iglesia toda, en su cabeza y en sus miembros, primero, haciendo comprender a todos los hijos de la Iglesia aquello que viven, en un nuevo creer para entender y entender para creer.

La Madre Trinidad, como testigo de la vida de Dios, ha sido un milagro viviente, que permite afrontar el don de la fe con un plus extraordinario de gracia, fortaleza y clarividencia. Es la fe servida en bandeja de plata, en un mundo ignorante, insensible y ensoberbecido, donde casi nadie sabe nada (cf. Jdt 8, 13).

La Iglesia militante se estremecerá cuando se conozca en detalle el alcance de la obra de Dios en esta mujer, y se lamentará de no haberla tratado habiendo sido coetánea. Estamos ante un episodio insólito en la historia de la salvación. Es la respuesta de Dios a la crisis que vive la Iglesia.

Por eso equivocan el tiro gravemente quienes señalan que el problema de la Iglesia está en el Concilio, o en la nueva liturgia, o en el Santo Padre de turno. La crisis es inherente a la Iglesia en la medida que es humana y siempre necesitada de perfeccionamiento y conversión. Pero esta crisis no es nueva. Tiene más de un siglo. Se remonta al influjo del modernismo, propio de la mentalidad y el espíritu antropocéntrico de nuestro tiempo. Para eso se convocó el Concilio, para revitalizar las fuentes, para provocar un impulso misionero, para responder al reto del ateísmo que hoy atenaza, sin que nadie salvo la Iglesia supiese anticiparse, a buena parte del mundo occidental.

Y como la solución siempre viene de Dios, la Madre Trinidad tiene en su vida y en su obra la solución a la crisis de la Iglesia, una crisis de identidad, de luz, de oración, de vivencia e intimidad con el Señor, de desapego de nuestra naturaleza y vocación sobrenatural. Por eso, la Madre Trinidad ha venido con el encargo divino de presentar el rostro de la Iglesia tal y como es, rebosante de divinidad, porque en la Iglesia vive Dios y en la Iglesia Dios derrama toda su realidad infinita. Un rostro liberado de las limitaciones de lo humano y sus visiones alicortas, y de la suciedad de nuestros pecados, que afean y distorsionan su imagen ante los hombres.

por Francisco J. Carballo – 17 de septiembre de 2022

 

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