Mons. Saiz: “El Obispo se ha de distinguir por la búsqueda continua de la voluntad de Dios, siguiendo el ejemplo de Cristo”
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Homilía del arzobispo de Sevilla, monseñor José Ángel Saiz, en la misa de ordenación episcopal de los dos nuevos obispos auxiliares de Sevilla:
- Nos hemos reunido en torno al altar del Señor en esta Catedral de Santa María de la Sede, de Sevilla, por un motivo solemne y gozoso: la ordenación episcopal de Mons. Teodoro León Muñoz y de Mons. Ramón Valdivia Jiménez, llamados a ser Sucesores de los Apóstoles. Quiero expresar mi saludo agradecido a todos los hermanos y hermanas presentes en esta celebración. En primer lugar, al Sr. Nuncio de Su Santidad en España, con el ruego de que haga llegar al Santo Padre Francisco mi agradecimiento por la confianza depositada, y el testimonio de mi cordial comunión y adhesión a su persona y a su magisterio. Saludo a los Arzobispos y Obispos presentes, signo visible de la comunión y colegialidad episcopal.
- Un saludo fraternal a los miembros del Colegio de Consultores y del Cabildo metropolitano, a los vicarios episcopales, a los delegados episcopales y diocesanos, a todos los hermanos sacerdotes del clero secular y regular, y a los diáconos; también a los seminaristas, a los miembros de Institutos de vida consagrada y sociedades de vida apostólica, al Ordo Virginum y a las comunidades de vida contemplativa. Saludo a todos los fieles laicos, a las familias, a los jóvenes, presente y futuro de la Iglesia y de la sociedad; a los miembros de instituciones caritativas y sociales, de movimientos, asociaciones y diferentes realidades eclesiales; a los miembros de las hermandades y cofradías. Saludo a los aquí presentes y a los que participáis en la celebración a través de los medios de comunicación, en particular a los ancianos y a los enfermos.
- Un saludo respetuoso y cordial a las Excelentísimas autoridades civiles, militares, judiciales y académicas de la Comunidad Autónoma de Andalucía, de la provincia y de la ciudad de Sevilla.
Un saludo especial a don Teodoro y a don Ramón, y a vuestras familias, especialmente a vuestras madres, y la memoria agradecida de vuestros padres.
- La Palabra de Dios que hemos escuchado nos hace presente el misterio de la vocación, de la llamada de Dios, que interpela y compromete al ser humano en su totalidad. Dios llama y confía una misión, y aunque la persona responda desde la conciencia de su pequeñez e incapacidad, el Señor confirma su vocación y encarga la misión de ir sin miedo allá donde sea enviado y de anunciar el mensaje que le sea confiado. Profetas y Apóstoles, a lo largo de la historia, han vivido entregados en cuerpo y alma a la misión encomendada, y han sido un signo constante de contradicción, y en medio de no pocas vicisitudes, su mensaje de esperanza ha sido iluminador para las personas y las situaciones.
- La historia de toda vocación sacerdotal es la historia de un diálogo inefable entre Dios y el hombre, entre el amor de Dios que llama y la libertad de quien le responde. Este modelo de llamada y respuesta, de iniciativa de Dios y de libertad responsable del ser humano, aparece siempre en las escenas vocacionales a lo largo de la Sagrada Escritura y de la historia de la Iglesia. Ahora bien, la iniciativa de la llamada pertenece siempre a Dios, tal como queda reflejado en las palabras de Jesús a los apóstoles: «No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca» (Jn 15, 16).
- Toda vocación cristiana tiene lugar en la Iglesia y a través de ella, porque Dios ha querido santificar y salvar a los hombres convocándolos y uniéndolos como pueblo elegido, que es la Iglesia. Toda vocación cristiana, en sus variadas formas, es un don destinado a la edificación de la Iglesia. Esto se realiza de una manera específica en la vocación sacerdotal, que es una llamada, a través del sacramento de la Orden, a ponerse al servicio del Pueblo de Dios con una peculiar pertenencia y configuración con Jesucristo.
- Timoteo fue el primer obispo de Éfeso. Fue un íntimo colaborador de san Pablo, que le alienta a permanecer firme en la doctrina recibida, como hemos escuchado en la segunda lectura. Le recomienda reavivar el don de Dios que está en él por la imposición de sus manos, el carisma episcopal que Timoteo ha recibido. En virtud de este carisma, está llamado a vivir con confianza y sabiduría, en medio de las dificultades presentes, en la labor de anuncio del Evangelio. San Pablo le invita a vivir poniendo el acento en la acción eficaz y gratuita de Dios, revelada ahora con Cristo y condensada en el anuncio evangélico. Como él, también nosotros sabemos de quien nos hemos fiado.
- Queridos Ramón y Teodoro: habéis sido llamados al Episcopado. En virtud de la consagración episcopal recibiréis la plenitud del sacramento del Orden y seréis configurados ontológicamente con Jesucristo como Pastores en su Iglesia y constituidos miembros del Colegio Episcopal. Os convertiréis en sacramento de Cristo mismo presente en su pueblo, anunciando la Palabra, administrando los sacramentos de la fe y guiando a su Iglesia. Vuestro ministerio episcopal queda articulado según esa triple función de enseñar, santificar y regir, como participación de la misión de Cristo.
- Vuestra misión principal será por un lado anunciar el Evangelio a todo el mundo, cumpliendo el mandato del Señor, llevar a los pobres su anuncio gozoso, para que todos los hombres reciban la salvación por medio de la fe, para que reciban la verdadera libertad y esperanza que permiten vivir al ser humano como hijo de Dios. Enseñar la Palabra de Dios, e invitar a todos a la conversión y a la santidad. Con una predicación que anuncia la Palabra de Dios no sólo de forma general, sino aplicando la verdad perenne del Evangelio a las circunstancias concretas de la vida de las personas.
- Esta misión comporta también ayudar a curar la herida interior del ser humano, su lejanía de Dios, por medio de los sacramentos, que son las fuentes de la misericordia de Dios. Como dispensadores de los misterios de Dios, ayudaréis a la santificación de las personas y al crecimiento de la Iglesia. Finalmente, se os confía plenamente el oficio pastoral, es decir, el cuidado habitual y cotidiano de las ovejas, actualizando la autoridad y el servicio de Jesucristo guiando y sirviendo a la comunidad eclesial. Se trata de reflejar la paternidad de Dios con vuestra vida y ministerio, reflejar la bondad, la mansedumbre y la humildad de Cristo y su solicitud por cada persona. De manera especial deberéis entregaros a los más pobres y pequeños, reuniendo y conduciendo a la comunidad como una familia
- Con la consagración episcopal recibiréis una especial efusión del Espíritu Santo que os configura a Cristo, Cabeza y Pastor. Él es la fuente única y permanente de la espiritualidad del Obispo, que está llamado a santificarse y santificar sobre todo en el ejercicio de su ministerio, imitando la caridad del Buen Pastor. La espiritualidad del Obispo es una espiritualidad eclesial, porque todo en su vida se orienta a la edificación de la Santa Iglesia; una espiritualidad de comunión; una espiritualidad de confianza en Dios y de un realismo espiritual que lleva a vivir la llamada a la santidad en medio de dificultades externas e internas, de debilidades propias y ajenas, en definitiva, siguiendo las huellas de Jesucristo Buen Pastor.
- “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos (…) Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer”. Este texto muestra la comunión de destino entre los discípulos y el Maestro y también la humildad y la actitud de servicio que ha de caracterizar en la Iglesia a quienes ejercen mayor responsabilidad, siguiendo el ejemplo del Señor. La autoridad queda transformada en servicio. Cuando el Señor afirma que no ha venido a ser servido, sino a servir, señala un planteamiento permanente de la propia existencia y una entrega continua a los demás de modo desinteresado y humilde. Sólo es posible llevarlo a término desde la confianza absoluta en Dios, viviendo en unión profunda con Cristo, permaneciendo en Él, manso y humilde de corazón, pobre y obediente hasta la muerte en cruz. Servir y dar la vida: este es el resumen de la existencia y de la misión de Jesucristo, este es el único sentido de la vida de quien ha sido llamado al episcopado.
- Un servicio y un amor vividos permaneciendo en la amistad con él, en la intimidad que os renueva en este momento trascendental para vosotros. Entonces vuestra vida dará fruto, un fruto que permanece desde la identificación con Jesucristo y siguiendo el ejemplo de María Santísima. Ella se presenta como la esclava del Señor cuando responde con total disponibilidad al anuncio del ángel. La obediencia y la docilidad de María están en plena sintonía con lo que será una constante en la vida de Jesús: «Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a cabo su obra» (Jn 4, 34).
- El Obispo se ha de distinguir por la búsqueda continua de la voluntad de Dios, siguiendo el ejemplo de Cristo. Obediencia a la Palabra de Dios y a la autoridad de la Iglesia. Fidelidad a la misión que se le ha confiado. Con libertad de espíritu, con parresía, sin dejarse condicionar por las modas pasajeras o por lo políticamente correcto, anunciando el Evangelio con todas sus consecuencias; sin buscar el poder, ni el prestigio o la estima para sí mismo. La prudencia ha de adornar especialmente su vida y ministerio. La prudencia evangélica, la sabiduría práctica que propicia la realización de la voluntad de Dios. Desde la humildad y la conciencia de la propia debilidad. Armonizando la fortaleza y la mansedumbre, la autoridad del gobierno con la humildad de corazón
- Servir dando la vida, este es el único modo de hacer fructificar el don recibido y la misión encomendada. El Señor nos ha confiado unos bienes salvíficos que no nos pertenecen, que son de la Iglesia. Y nosotros hemos de dar cuentas sobre los bienes recibidos. Es preciso hacerlos fructificar siguiendo el ejemplo de Cristo que da la vida en la cruz, que se inmola por la salvación del mundo. Esta cruz y este sacrificio son el signo que distingue de forma radical y transparente al Buen Pastor de quien sólo es mercenario. La caridad pastoral vivida hasta las últimas consecuencias, será el principio que englobe y confiera unidad a vuestra existencia.
- Queridos Teodoro y Ramón: seréis Obispos Auxiliares en la Archidiócesis de Sevilla. El Señor os ha elegido y os envía para que deis un fruto abundante y duradero, llevando a cabo vuestra misión desde la confianza en el Señor, presente en la Iglesia todos los días hasta al fin del mundo (cf. Mt 28, 20). Su presencia nos da la fuerza para entregarnos con nuevo ardor y creatividad. El Espíritu Santo, protagonista de la misión, nos guía y acompaña. Os encomendamos a la intercesión de los santos obispos Geroncio, Leandro, Isidoro, y Manuel González, y al beato Marcelo Spínola; a las santas mártires Justa y Rufina, y a la beata Victoria Díez; os encomendamos a san Fernando, a los venerables Miguel Mañara y José Torres, y a las santas Ángela de la Cruz y María de la Purísima. María Santísima, Nuestra Señora de los Reyes, os guiará siempre en la misión. Así sea.