“Cuando el fiel se encuentre en la dolorosa imposibilidad de recibir la absolución sacramental, debe recordarse que la contrición perfecta, procedente del amor del Dios amado sobre todas las cosas, expresada por una sincera petición de perdón (la que el penitente pueda expresar en ese momento) y acompañada de votum confessionis, es decir, del firme propósito de recurrir cuanto antes a la confesión sacramental, obtiene el perdón de los pecados, incluso mortales (cf. Catecismo, n. 1452)”.

Estamos viviendo, probablemente, la Cuaresma más intensa de nuestras vidas. Pero, como siempre, «Dios mira el corazón» (1 Samuel 16, 7). Esto significa que no podemos conformarnos con pasar estos días de confinamiento, sino que hemos de procurar ofrecer al Señor nuestros sufrimientos e incomodidades, con amor y alegría, y al mismo tiempo aprovechar los medios que la Iglesia nos ofrece en estos momentos para obtener la ayuda de Dios. ¡Estaríamos desaprovechando una enorme oportunidad si no lo hiciéramos…!


Pecado mortal y pecado venial

El Compendio del Catecismo nos los define así:

Se comete un pecado mortal cuando se dan, al mismo tiempo, materia grave, plena advertencia y deliberado consentimiento. Este pecado destruye en nosotros la caridad, nos priva de la gracia santificante y, a menos que nos arrepintamos, nos conduce a la muerte eterna del infierno. Se perdona, por vía ordinaria, mediante los sacramentos del Bautismo y de la Penitencia o Reconciliación.
(cf. Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1874).

El pecado venial, que se diferencia esencialmente del pecado mortal, se comete cuando la materia es leve; o bien cuando, siendo grave la materia, no se da plena advertencia o perfecto consentimiento. Este pecado no rompe la alianza con Dios. Sin embargo, debilita la caridad, entraña un afecto desordenado a los bienes creados, impide el progreso del alma en el ejercicio de las virtudes y en la práctica del bien moral y merece penas temporales de purificación.
(cf. Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1875)


La contrición perfecta

El Papa Francisco nos ha recordado recientemente el poder de la contrición perfecta para perdonar nuestros pecados veniales e incluso mortales. Veamos qué nos dice el Catecismo sobre ella:

Entre los actos del penitente, la contrición aparece en primer lugar. «Es un dolor del alma y una detestación del pecado cometido con la resolución de no volver a pecar».
(cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1451).

Cuando brota del amor de Dios amado sobre todas las cosas, la contrición se llama «contrición perfecta» (contrición de caridad). Semejante contrición perdona las faltas veniales; obtiene también el perdón de los pecados mortales, si comprende la firme resolución de recurrir tan pronto sea posible a la confesión sacramental.
(cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1452).

Pero, ¿cómo hacer un acto de contrición perfecta? El mismo Papa nos lo explica de esta forma tan sencilla:

Es muy claro: si no encuentras un sacerdote para confesarte, habla con Dios, que es tu Padre, y dile la verdad: «Señor, he hecho esto, esto, esto… Perdóname», y pídele perdón con todo tu corazón, con el Acto de Contrición, y prométele: «Me confesaré más tarde, pero perdóname ahora». Y de inmediato, volverás a la gracia de Dios.
Papa Francisco, Homilía de la Misa en Santa Marta, 20/03/2020.

Recordemos esa oración a la que se refiere el Santo Padre, que nos ayuda a realizar el acto de contrición perfecta, que es fundamentalmente un acto interior:

ACTO DE CONTRICIÓN
Señor mío, Jesucristo, Dios y hombre verdadero,
Creador, Padre y Redentor mío,
por ser vos quien sois, bondad infinita
y porque os amo sobre todas las cosas,
me pesa de todo corazón haberos ofendido,
también me pesa porque podéis castigarme
con las penas del infierno.
Animado por vuestra divina gracia,
propongo firmemente
nunca más pecar, confesarme
y cumplir la penitencia que me fuere impuesta.
Amén.

9 cosas que perdonan los pecados veniales

Si sólo hemos cometido pecados veniales, podemos también recurrir a algunas de estas acciones que, según el antiguo Catecismo de Ripalda, nos alcanzan el perdón de esos pecados:

  1. Oír misa con devoción.
  2. Comulgar dignamente.
  3. Oír la palabra de Dios.
  4. Recibir una bendición episcopal.
  5. Decir el Padrenuestro.
  6. Confesión general (decir el «Yo confieso«).
  7. Por agua bendita.
  8. Por pan bendito.
  9. Por golpe de pecho.

Todo esto hecho y dicho con devoción.
(cf. Catecismo del P. Jerónimo Ripalda, sj)

Evidentemente, durante el confinamiento no vamos a poder realizar muchas de ellas, pero pensemos qué sencillo es, por ejemplo, rociarnos o santiguarnos con agua bendita, si tenemos un poco en casa. O decir el Padrenuestro o el Yo confieso.

¡Qué bueno es Jesús, que entrega su vida en la cruz para perdonarnos, y nos hace llegar ese perdón a través de su Santa Iglesia!
¡Qué buena es la Iglesia, que nos pone tan a mano la Misericordia infinita de nuestro Padre Dios!

Limpiemos nuestra alma también durante el confinamiento para que Dios sonría al mirarnos, y para prepararnos a celebrar los misterios de nuestra salvación en esta Semana Santa.

Te invito a que comentes este artículo en familia y a que lo compartas con quien creas que lo puede agradecer. ¡Que Dios te bendiga!

 

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