#SanBartolomeySE «TRIDUO PASCUAL: Jueves, Viernes y Sábado Santo»
Son los tres días más importantes del año, que nos llevan al fundamento mismo de nuestra vida cristiana.
La Madre Iglesia, por la Liturgia, nos quita el tiempo y el espacio, y nos pone en contacto directo con el Misterio de la pasión, muerte y Resurrección de Jesucristo.
Vivir el Triduo Pascual significa transformarnos en Cristo y ser regenerados a la vida divina a través de la Madre Iglesia.
Una de las características propias del Triduo es que se celebra como si fuera una única liturgia; de hecho, la Misa del Jueves Santo no termina con la típica frase “Podéis ir en paz”, sino en silencio.
La acción litúrgica del Viernes Santo no empieza con el saludo típico a la asamblea y con la Señal de
la Cruz; y tampoco acaba como siempre: acaba en silencio, también.
Por último, la solemne Vigilia Pascual del Sábado Santo empieza en silencio y, por fin, acaba con una despedida solemne.
El Triduo Pascual es como una única solemnidad, la más importante de todo el Año litúrgico. Es el gran tesoro que la Santa Madre Iglesia recibió de su Esposo, Cristo, para divinizar a sus hijos.
Alguien podría decirme: “Padre, pero yo no tengo tiempo”, “tengo que hacer muchas cosas”, “es difícil”, “¿qué puedo hacer yo con mis pobres fuerzas, incluso con mi pecado, con tantas cosas…?”. Nos conformamos muchas veces con rezar alguna oración, con una Misa dominical distraída e inconstante, algún gesto de caridad… Os deseo a todos que viváis bien estos días, siguiendo al Señor con valentía.
(Papa Francisco)
En la noche del Jueves Santo, con la Misa vespertina de la “Cena del Señor”, empiezan de manera oficial los ritos propios del Triduo Pascual.
Es el momento del banquete nupcial de Cristo con su Iglesia: “¡dichosos los invitados a las bodas del Cordero!”.
A lo largo de esta liturgia, se realiza el gesto conocido del “Lavatorio de los pies”, en el que Cristo nos manifiesta su mansedumbre. Él, amando a los suyos hasta el final, instituye la Eucaristía y nos deja el mandamiento del amor fraterno como ley suprema.
Acabada la celebración, seguimos las huellas del Señor: Cristo se retira al Huerto de los Olivos y, muerto de pena y angustia, profundamente herido por la traición de Judas, nos
pide velar una hora con Él.
Es la ocasión propicia para recoger los sentimientos más profundos del alma de Aquel que está a punto de ofrecerse a sí mismo.
Nuestro Salvador, en la Última Cena, la noche que le traicionaban, instituyó el Sacrificio Eucarístico de su Cuerpo y Sangre, con lo cual iba a perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el Sacrificio de la Cruz y a confiar a su Esposa, la Iglesia, el Memorial de su Muerte y Resurrección: sacramento de piedad, signo
de unidad, vínculo de caridad, banquete pascual, en el cual se come a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria venidera.(Sacrosantum Concilium, 47 – Concilio Vaticano II)
El Viernes Santo es el día de la Pasión, crucifixión y muerte de Jesús. Es grande la necesidad de que el Cordero de Dios sea sacrificado en el altar de la Cruz para liberar de la angustia
a la humanidad entera.
El Vía Crucis, que se suele celebrar por la mañana, nos ayuda a recorrer el camino del Amor Infinito que nos invita a seguirle, y que con su cruz da sentido pleno a nuestras cruces de cada día.
Por la tarde, en la “Acción litúrgica de la Pasión del Señor”, el Sacerdote, al comienzo de la celebración, se postra en el suelo como signo de anonadación total; la comunidad medita el gran misterio del mal y del pecado, y así recorre los momentos de los padecimientos de Jesús, a la luz de la Palabra
de Dios y ayudada por unos gestos litúrgicos conmovedores.
Son los sufrimientos que expían y borran ese mal.
Sigue después la proclamación del Evangelio de la pasión de Cristo; los fieles piden por todas las necesidades de la Iglesia y del mundo; adoran la Cruz; y, por último, reciben la Eucaristía.
La Iglesia, Esposa de Cristo, vive a lo largo de los siglos este dramático Viernes Santo, cada vez que es perseguida por sus enemigos y abandonada por sus hijos; y cuando a estos pide ayuda y compañía –como Cristo, en su Pasión, a los Apóstoles–, su lamento se pierde en el silencio…
Un manto real de sangre envuelve a mi Iglesia Madre; un manto real que su Esposo, Cristo Jesús, le donó el día de sus bodas eternas, ya que, enloquecido de amor por ella, le dio como regalo su sangre divina, con la cual pudiera perdonar y divinizar a todos sus hijos. (Madre Trinidad de la Santa Madre Iglesia – 14/11/59) |
Cuando Cristo muere en la cruz y dice: “Todo está cumplido”, se rasga el velo del templo en la tierra y se abre el Seno del Padre: ¡Bienvenido sea el Hombre al Seno del Padre! El alma de Jesús sale corriendo… ¡Qué corte…! ¡Qué corte lleva Cristo detrás…! ¡Es la Iglesia triunfante…! Es la Iglesia triunfante, que hoy empieza su triunfo glorioso.
¡Ya se abrió el Seno del Padre para todos los hijos de buena voluntad…! ¡Nunca más se cerrará…! Cristo lo ha abierto… y está esperando a todos los hombres… Él lo abrió y se puso en la “puerta” con los brazos extendidos, para que nunca más se cierren los Portones suntuosos de la Eternidad…(Madre Trinidad de la Santa Madre Iglesia)
El Sábado Santo es un día de gran silencio, que debe ser vivido en oración recogida, con María, en la espera del triunfo de Cristo.
Es este un día muy apropiado para Recibir el Sacramento de la Reconciliación, único cauce para purificar nuestro corazón y prepararlo para celebrar la Pascua. Al menos una vez al año, así lo enseña la Madre Iglesia, debemos recibir esta purificación interior, fuente de renovación de todo nuestro ser.
El Pueblo de Dios vela cerca del fuego nuevo bendecido, y revive la gran promesa, contenida en el
Antiguo y en el Nuevo Testamento, del magnífico Plan de Dios en su Iglesia.
Resuena en toda la Iglesia de manera solemne el Pregón Pascual: verdaderamente Cristo ha resucitado, la muerte ya no tiene poder sobre Él.
La comunión con el Cuerpo de Cristo vivifica a los fieles con la Vida Nueva, y los lleva a la plena participación en la victoria de la Resurrección.
La Iglesia se reviste de la gloria de Cristo resucitado, y llena a sus fieles de la gran alegría, de la luz y de la paz del Señor.
Estos días de Triduo Pascual sellan de manera definitiva nuestra gran esperanza: Verdaderamente, Cristo ha resucitado, ¡y nosotros con Él!
Vive junto a Jesús su Semana Santa:
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- «TRIDUO PASCUAL: Jueves, Viernes y Sábado Santo»
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