El sacramento del Matrimonio crea entre los cónyuges un vínculo perpetuo y exclusivo. Dios mismo ratifica el consentimiento de los esposos. Por tanto, el Matrimonio rato y consumado entre bautizados no podrá ser nunca disuelto. Por otra parte, este sacramento confiere a los esposos la gracia necesaria para alcanzar la santidad en la vida conyugal y acoger y educar responsablemente a los hijos.

El Matrimonio en la Palabra de Dios:

«Jesús respondió: “¿No habéis leído que el Creador, desde el comienzo, los hizo varón y hembra, y que dijo: ‘Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos se harán una sola carne?’ De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Pues bien, lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre”».

Mateo 19, 4-6

El Matrimonio en el Magisterio de la Iglesia:

«El sacramento del matrimonio significa la unión de Cristo con la Iglesia. Da a los esposos la gracia de amarse con el amor con que Cristo amó a su Iglesia; la gracia del sacramento perfecciona así el amor humano de los esposos, reafirma su unidad indisoluble y los santifica en el camino de la vida eterna».

Concilio de Trento: DS 1799

 

«La alianza matrimonial, por la que el varón y la mujer constituyen entre sí un consorcio de toda la vida, ordenado por su misma índole natural al bien de los cónyuges y a la generación y educación de la prole, fue elevada por Cristo Nuestro Señor a la dignidad de sacramento entre bautizados».

Código de Derecho Canónico, c. 1055, §1

 

«La íntima comunidad de vida y amor conyugal, fundada por el Creador y provista de leyes propias, se establece sobre la alianza del matrimonio… un vínculo sagrado… no depende del arbitrio humano. El mismo Dios es el autor del matrimonio».

Gaudium et Spes 48,1

El Matrimonio en los escritos de la Madre Trinidad de la Santa Madre Iglesia:

«Yo tengo fe. Por lo que, recibiendo amorosamente las palabras del divino Maestro:
“¿No habéis leído que el Creador, en el principio, los creó hombre y mujer: ‘Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne’? De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Pues lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre” (Mt 19, 3-6);
he sentido tanta veneración, tanto respeto a la unión de los esposos, que, por el Sacramento del Matrimonio, queda santificada y elevada a un plano sobrenatural, que me hace exclamar con San Pablo: “Gran misterio es éste, que yo refiero a Cristo y a la Iglesia” (Ef 5, 32).
… Hoy, ante la conciencia que Dios pone en mi espíritu en relación a sus planes eternos sobre la humanidad –los cuales yo tengo que manifestar, por voluntad divina, como el Eco pequeño y diminuto, pero vivo y palpitante, de la Madre Iglesia–, y ahora con relación a cuanto vengo diciendo sobre la unión conyugal por el Sacramento del Matrimonio;
pido a cuantos quieran escuchar lo que, de parte del que Es, tengo que comunicar, pero de modo especial a los miembros del Cuerpo místico de Cristo:
que se vayan haciendo conscientes y consecuentes de lo que el infinito Ser soñó con relación a ellos cuando les creó para que, unidos, dando gloria al mismo Dios, llenen sus designios y planes eternos mediante el cumplimiento de su divina voluntad, que espera con su seno abierto su llenura con los hijos creados –mediante la colaboración de los esposos–, sólo y exclusivamente para poseerle, dándoles a vivir de su misma vida, bebiendo en los refrigerantes torrentes de sus manantiales divinos, saciándoles en el convite gloriosísimo y coeterno de su misma divinidad.
“Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! El mundo no nos conoce, porque no le conoció a Él. Queridos: ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a Él, porque le veremos tal cual es” (1 Jn 3, 1-2) ».

Yo tengo fe, Opúsculo nº 17, pp. 46 ss.
Colección: “Luz en la noche – El misterio de la fe dado en sabiduría amorosa”

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