La Iglesia necesita numerosos y santos sacerdotes que pastoreen el rebaño del Buen Pastor en su nombre, que unan a los hombres con Dios a través de los Sacramentos, que entreguen su vida para la gloria de Dios y vida de las almas.

El sacerdote es el hombre que más poder tiene en la tierra, porque puede hacer que Dios baje desde el cielo. Pero ese poder es un poder de servicio, en favor de todo el Pueblo de Dios. ¡Qué hermoso es dedicar la vida entera a estar con Jesús, siendo de sus amigos íntimos, y al servicio de los demás!

Si crees que el sacerdocio puede ser tu vocación, no dudes en contactar con los sacerdotes o consagrados de la parroquia.

¡Jesús sigue llamando!… ¿Y si te llama a ti?

«La nueva evangelización es una tarea de todos. En ella los laicos tienen un papel protagonista, especialmente los matrimonios y las familias cristianas; sin embargo, la evangelización requiere hoy con urgencia sacerdotes y personas consagradas. Ésta es la razón por la que deseo decir a cada uno de vosotros, jóvenes: si sientes la llamada de Dios que te dice: “¡Sígueme!”, no la acalles. Sé generoso, responde como María ofreciendo a Dios el sí gozoso de tu persona y de tu vida.
Os doy mi testimonio: yo fui ordenado sacerdote cuando tenía 26 años. Desde entonces han pasado 56. Al volver la mirada atrás y recordar estos años de mi vida, os puedo asegurar que vale la pena dedicarse a la causa de Cristo y, por amor a Él, consagrarse al servicio del hombre. ¡Merece la pena dar la vida por el Evangelio y por los hermanos!».

S. Juan Pablo II a los jóvenes en Madrid, mayo de 2003

«¡Ay sacerdote, sacerdote…! ¿Qué te hizo Dios al ungirte sacerdote…? Ya sé que no lo pensaste mucho el día de tu ordenación.
Pero ahora yo te digo: ¡mira que eres sacerdote de Cristo…! Hijo mío, sé pequeño. ¡Por amor de Dios!, sé pequeño para que, ante tu pequeñez, el Amor infinito se complazca.
¡Te veo tan pequeño…, tan nada…!, ¡y eres tan sublime ante el acatamiento de la Trinidad…!
Responde como puedas, arrójate en tierra, adora, llora, ¡muérete, si no sabes cómo responder!
¡Qué terrible es ser sacerdote…! ¡Pobrecito…!
Responde, hijo mío, siendo pequeño. Arrójate en brazos de la Santidad infinita, adórala. Besa ese punto del engendrar divino, que todas las mañanas se abre para ti en la consagración.
Eres tú, sacerdote de Cristo, el llamado por vocación divina a entrar en este Sancta Sanctórum de la Trinidad. Eres tú el que tienes que meterte dentro del seno de la Trinidad y besar ese instante-instante de engendrar el Padre a su Verbo para ti, besando con el Espíritu Santo a ese mismo Verbo que sale presuroso ante tu palabra.
Anda, sacerdote de Cristo; ante la terribilidad terrible de este gran misterio, arrójate en brazos de tu Padre Dios, y, lleno de confianza, espera, confía en el amor infinito que la Trinidad te tiene.
Dios no te hizo sacerdote para condenarte, no; sino para que le glorificaras y para salvar a las almas por tu medio.
Tienes en tus manos al Dios terrible de majestad soberana, y tienes en tus manos la salvación del género humano».

El gran Momento de la Consagración, Opúsculo nº 6, pp. 15-16
Colección: “Luz en la noche – El misterio de la fe dado en sabiduría amorosa”

Necesitarás Adobe Reader para leer documentos pdf en este sitio. Descárgalo aquí si no lo tienes instalado