Los efectos del sacramento de la Penitencia son: la reconciliación con Dios y, por tanto, el perdón de los pecados; la reconciliación con la Iglesia; la recuperación del estado de gracia, si se había perdido; la remisión de la pena eterna merecida a causa de los pecados mortales y, al menos en parte, de las penas temporales que son consecuencia del pecado; la paz y la serenidad de conciencia y el consuelo del espíritu; el aumento de la fuerza espiritual para el combate cristiano.

La Penitencia en la Palabra de Dios:

«En la tarde de Pascua, el Señor Jesús se mostró a sus apóstoles y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos»».

Juan 20, 22-23

La Penitencia en el Magisterio de la Iglesia:

«Los que se acercan al sacramento de la penitencia obtienen de la misericordia de Dios el perdón de los pecados cometidos contra Él y, al mismo tiempo, se reconcilian con la Iglesia, a la que ofendieron con sus pecados. Ella les mueve a conversión con su amor, su ejemplo y sus oraciones».

Lumen Gentium, 11

 

«En los que reciben el sacramento de la Penitencia con un corazón contrito y con una disposición religiosa, tiene como resultado la paz y la tranquilidad de la conciencia, a las que acompaña un profundo consuelo espiritual.
En efecto, el sacramento de la reconciliación con Dios produce una verdadera «resurrección espiritual», una restitución de la dignidad y de los bienes de la vida de los hijos de Dios, el más precioso de los cuales es la amistad de Dios».

Catecismo de la Iglesia Católica, 1468

La Penitencia en los escritos de la Madre Trinidad de la Santa Madre Iglesia:

«Pero el poder que Cristo ha dado a su Iglesia por medio de sus Apóstoles y por la Unción sagrada del sacerdote del Nuevo Testamento es tan grande y sublime, que, por el Sacramento de la Penitencia, éste expulsa del alma al diablo, que ha entrado a tomar posesión de ella; dejándola más limpia que el jaspe y más luminosa que el sol; apareciendo de nuevo, en el resplandor del espejo de su espíritu, el mismo Dios que, morando en ella, la hace ser nuevamente templo vivo de Dios y morada del Altísimo.
Yo tengo fe inquebrantable. Y por ello, cuando voy a buscar en el Sacramento de la Penitencia –y lo recibo– limpiar y purificar mi alma de todo aquello que haya podido disgustar a Dios o que no esté completamente conforme con lo que Él me exige, según su divina voluntad sobre mí; ante las palabras del sacerdote: “Yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”, experimento que esas palabras son pronunciadas por Jesús sobre mi pobrecita alma, arrepentida de haber ofendido a Dios, y obran lo que dicen, por medio de los poderes que Cristo ha dado al sacerdote del Nuevo Testamento, al ejercer su ministerio sacerdotal.
Por lo que mi espíritu se llena de paz y gozo del Espíritu Santo; y vigorosamente me siento purificada y renovada, con un nuevo impulso para comenzar de nuevo y seguir buscando la voluntad de Dios en todo y siempre, para poderla cumplir lo más perfectamente que esté a mi alcance.
Y de tal forma es esto, que me experimento como una criatura nueva que, bajo la luz del Sacramento, hasta me parece que esta tierra es más hermosa por la brillantez de su luminosa claridad, y que todo es más brillante; impulsándome todo esto con una nueva fuerza de lo Alto en mi búsqueda incansable e insaciable de dar gloria a Dios y vida a las almas».

Yo tengo fe, Opúsculo nº 17, pp. 20-21
Colección: “Luz en la noche – El misterio de la fe dado en sabiduría amorosa”

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