Al pueblo de Dios: El Cardenal Sarah anima a «volverse hacia Dios e implorar su ayuda en este momento de gran prueba»
«JUNTOS, EN UN SOLO CORAZÓN Y UNA SOLA ALMA, Y UNIDOS EN LA MISMA FE»
El Cardenal Robert Sarah, ha compartido en su cuenta de Twitter palabras para animar a volver la mirada al Señor. Es Prefecto de la Sagrada Congregación para el Culto Divino y la disciplina de los Sacramentos,
Queridos amigos,
Me da gusto encontrarlos de nuevo por estas líneas para animaros a rezar más y no dejarlos. Rezad sobre todo con un corazón desbordante de amor y de caridad, un corazón reconciliado con Dios y con nuestros hermanos y hermanas.
Si las circunstancias o las disposiciones civiles o eclesiásticas provocadas por el coronavirus os impiden ir a la iglesia simplemente para encontrar al Señor, o para tomar parte en la Eucaristía, sepan sin embargo que nadie, absolutamente nadie, puede impediros volverse hacia Dios e implorar su ayuda en este momento de gran prueba. Recordad las palabras que Jesús nos dirige hoy, en este tercer domingo de Cuaresma: «Mujer, créeme a Mí, porque viene la hora, en que ni sobre este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre… Pero la hora viene, y ya ha llegado, en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre desea que los que adoran sean tales. Dios es espíritu, y los que lo adoran, deben adorarlo en espíritu y en verdad» (Jn. 4, 21-24).
Es ahora, en este tiempo donde el coronavirus oprime a los pueblos del mundo entero, hace falta volvernos hacia Dios con más intensidad, confianza y verdad para confiar en su ternura de Padre, y hacia la Santísima Virgen María para que ella nos cubra y nos proteja con su manto maternal. San Pablo nos lo recomienda cuando escribe a los cristianos de Éfeso, y a nosotros también: «Vivid orando siempre en el Espíritu con toda suerte de oración y plegaria, y velando para ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos» (Ef. 6, 18).
Juntos, en un solo corazón y una sola alma, y unidos en la misma fe, levantemos las manos hacia Dios y supliquémosle. Confiémosle el mundo y Su Iglesia. Su corazón se ensanchará y nos salvará.